Kollie James, superviviente del ébola, junto a su padre en el centro de MSF en Foya (Liberia). Foto: KATY ATHERSUCH/MSF |
En el corazón del brote de ébola
en África occidental, muy lejos de los tratamientos experimentales que reciben
los enfermos occidentales repatriados, hay margen para algo de ilusión. El
último rostro de la esperanza es el de Kollie James, un chaval liberiano de 18
años. Su madre, su tío y sus dos hermanas murieron por el virus, pero él acaba
de salir curado del hospital de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Foya, en el
norte de su país. Es el superviviente número 1.000 entre todos los pacientes
atendidos en los centros de la ONG en Guinea, Sierra Leona y Liberia.
Kollie ha recibido el tratamiento
estándar de la ONG. A falta de remedios eficaces, los médicos intentan alargar
la vida de los pacientes para que ellos mismos generen defensas que derroten al
virus. “Ganamos tiempo para que las personas no se mueran por otras cosas”,
explica Luis Encinas, un enfermero de MSF que acudió a Guinea en marzo, tres
días antes de que se declarara oficialmente el brote.
El tratamiento, por lo tanto, es
ganar tiempo como sea. El personal sanitario de la organización en el terreno,
unos 3.250 actualmente, rehidrata a los enfermos por vía oral o intravenosa
para compensar la pérdida de líquidos por vómitos y diarrea. Los pacientes
también reciben fármacos para bajar la fiebre, antibióticos para evitar
infecciones, analgésicos para los fuertes dolores de espalda, medicamentos
contra las náuseas y tranquilizantes.
Básicamente, así han podido
recuperarse los 1.000 supervivientes de los 2.700 pacientes confirmados en los
centros de MSF. Del resto, no todos han muerto. Muchos siguen ingresados,
ganando tiempo. Y otros miles luchan en hospitales de otras organizaciones.
Según los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud, en África
Occidental se han registrado 9.191 casos confirmados, con 4.546 muertos.
“El tratamiento no acaba con el
alta, en África occidental es muy importante el seguimiento psicológico y
social, porque hay un alto riesgo de estigmatización. Acompañamos a los
supervivientes a sus aldeas y los abrazamos delante de todos”, puntualiza
Encinas.
En el caso de Kollie James, su
padre estará a su lado. “Ahora que mi hijo está curado del ébola, trataremos de
construir nuestra vida. Tiene 18 años ahora y ha pasado a ser mi amigo. No sólo
mi hijo, sino mi amigo. Kollie es el único que tengo para hablar. No puedo
sustituir a mi mujer, pero sí que puedo comenzar una nueva vida con mi hijo”. (El País)
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